Economía circular
Levantaron una industria con el residuo del último trago
La historia de la biorrefinería, unica en América que aprovecha los residuos de la industria vitivinícola y la transforma en bioproductos a gran escala
Por: Florencia Boeri mail
Hace 16 años una empresa de Mendoza decidió independizarse de una industria química multinacional y dar el salto hacia la economía circular, al comprobar que en los desechos de la industria vitivinícola no sólo podían encontrar un negocio jugoso, sino también agregar valor a una cadena con una paleta de bioproductos que todavía no tiene techo y que planean expandir y diversificar.
La experiencia es la que recorrió Dervinsa, que hoy es referente de la industria vitivinícola pero no tiene etiquetas de vinos ni producción. Ellos recogen todos los subproductos de las bodegas el país, desde Salta hasta Río Negro y de Mendoza hasta Córdoba, y elaboran bioproductos.
La empresa dependía desde 1937 de la compañía inglesa Imperial Chemical Industries (ICI), y en 2009 decidió tomar su propio rumbo y armar un negocio de triple impacto que comenzó a través de una vinculación más profunda con las bodegas.
La producción de vino tiene fundamentalmente dos residuos: los orujos, que es lo que queda de prensar las uvas como pieles, semillas, pulpa, palitos; y las borras, que son un “barro” producto de la filtración de la bebida. El 11% de una uva se va en residuos.
“En nuestra planta es el único lugar en la Argentina donde se industrializan los productos derivados de toda la industria del vino del país”, expresó el gerente general de Dervinsa, Roland Kosche, en diálogo exclusivo con Ecobiz.
Cada año, la empresa acopia el 85% de las biomasas vínicas desechadas por las bodegas en Argentina y recibe subproductos de Chile, Brasil y Uruguay. Es una de las dos plantas que hay en el mundo y la única en América que produce ácido tartárico, alcohol y aceite de pepita de uva.
Justamente el ácido tartárico es un insumo fundamental para fabricar vino, y el que se usa en la famosa región vitivinícola de California - el Napa Valley - proviene de Mendoza.
“En época de vendimia recibimos 200.000 toneladas de subproductos y sacamos 8.000 toneladas de productos terminados”, detalló Kosche.
“Nosotros ayudamos en el desafío ambiental que tiene la industria. Somos el eslabón que se hace cargo de los residuos y los transforma en productos con un valor agregado importante”, expresó y agregó: “Ellas tienen algo para contar respecto a sus residuos y pueden posicionar a su vino como un producto sustentable”.
“Hay muchas bodegas con las que trabajamos de la mano, incluso vienen a nosotros sus auditores de sustentabilidad a terminar la auditoría en nuestra planta, para verificar el buen uso que hacemos de sus residuos”, relató el profesional.
Para Kosche, que conoce en detalle el negocio, no falta mucho para que la adopción de estas medidas sea excluyente para seguir dentro del ecosistema, razón por la cual será un camino casi obligado para la industria vitivinícola argentina que ya tiene fuerte presencia global.
En este sentido explicó que la exportación está creciendo más que el consumo local, que ahora está en baja, y los principales mercados para Argentina son Inglaterra y Estados Unidos. “Partimos con un handicap en contra porque la huella de carbono de mandar vino desde Argentina a esos mercados es mucho más grande que la tiene un español, un italiano, un francés”, comparó.
En este sentido agregó que “las cosas que hacemos nosotros pasan a ser imprescindibles para las bodegas, especialmente cuando quieren contar a sus clientes la forma de producir y explicar que el vino que venden se adapta a las exigencias de responsabilidad ambiental que tienen esos mercados”.
Medir y abrir el juego
La empresa hace dos años comenzó a realizar la medición de huella de carbono y allí encontraron un problema y desafío a resolver: cuando las bodegas están demasiado lejos, el traslado genera mayor huella y eso representa un costo superior al beneficio del aprovechamiento de los residuos.
“Nuestra huella de carbono está fundamentalmente en el transporte”, asumió el gerente y agrega que para llegar a determinados lugares a buscar los residuos recorren hasta 2.000 kilómetros.
Para hacer frente a ese desafío, que es común incluso en el resto de las industrias donde el scop 3 es el principal escollo a resolver, en Dervinsa están tratando de generar usos locales y evitar el traslado de todo el material a la planta.
 
De esta forma las empresas elaboran sus pre-procesos o acuden al acompañamiento de Dervisa en investigaciones particulares para encontrar usos que en menor escala creen valor a partir de subproductos industriales.
Para la biorrefinería, la sinergia tiene un papel fundamental. “Somos muy buenos para la parte logística, no así para la parte de investigación y desarrollo, entonces tenemos vinculaciones con Inta, Inti, Conicet y Universidad de Cuyo y juntos buscamos dónde puede haber una creación de valor”, aseguró el gerente.
Valor agregado que cotiza
Los tres productos insignia de Dervinsa son el ácido tartárico, que es una forma natural de acidificar el vino; el alcohol, cuyo consumo a nivel global está bajando y por lo tanto exige encontrarle otros usos; y la semilla de la uva, de la que se extrae su aceite.
Pero además del aprovechamiento de estos subproductos, la empresa participa en investigaciones. “La principal ya la tenemos bastante avanzada, es el cuero vegetal”, dijo Kosche y detalló detrás de eso hay toda una industria de 10.000 millones de dólares que tiene que ver con evitar el maltrato animal y empresas como BMW ha dejado de usar cueros en sus autos para pasar a usar biocueros”.
Además, explicó que para la mayoría de los biocueros se plantan cactus, pero en el caso de Dervisa lo obtienen de un desecho.
Por otra parte, están trabajando en un fertilizante para el cual hiper concentran el potasio de todas las uvas y tienen un proyecto de gasificación a través de concentración de energía solar.
Otra investigación tiene que ver con la extracción del aceite de pepa de uva sin usar hexano, ocupando solo productos naturales. “Ahí creemos que hay toda una veta que tiene que ver con la cosmética principalmente, ya que el aceite de pepa de uva tiene poco olor y color y es poco invasivo”, sintetizó Kosche.
 


