Biomateriales
Embalajes que se cultivan: encontraron en la biología un packaging alternativo
Desde Salta, crearon una propuesa de envases compostables que reemplace al telgopor o al plástico. Estudiaron los hongos y les dieron un nuevo uso
Por: Agustina Roldán mail
Embalajes que crecen y luego regresan a la tierra. Esa es la propuesta de Fungipor, un emprendimiento salteño que transforma residuos agroindustriales y micelio de hongos en envases compostables. Desde el corazón del Valle de Lerma, esta iniciativa liderada por Ayelén Malgraf, bióloga especializada en micología, y su esposo Roberto Gómez Faure, ofrece una alternativa circular al plástico y al telgopor.
Fungipor nació en 2019 como evolución natural de un camino previo: más de 20 años dedicados al cultivo de hongos comestibles bajo la marca Hongos del Valle. Ese conocimiento fue clave para descubrir el potencial del micelio –la parte vegetativa del hongo, compuesta por filamentos llamados hifas– como biomaterial base para cultivar el embalaje de Fungipor. En combinación con residuos agrícolas, como la paja de poroto o de soja, da lugar a un material que se cultiva y que se biodegrada sin dejar rastro.
Embalajes que se cultivan
La materia prima con la que trabaja Fungipor es de origen local. Solo en Salta y Jujuy se cosechan cada año más de 240.000 hectáreas de poroto, cuyo residuo seco muchas veces es quemado. En lugar de eso, el emprendimiento recolecta más de 70 rollos de descarte agrícola de los campos entre junio y julio, que pasan a ser base del cultivo de micelio. “Antes se incineraban, ahora se recuperan y se les da una segunda vida”, destacó Malgraf en conversación con Ecobiz.

El proceso incluye cinco etapas: un cultivo inicial en laboratorio, la combinación con sustrato y calor, la incubación, la trituración y el crecimiento del cepario. En esa última fase, el micelio actúa como aglutinante natural y adopta la forma de moldes diseñados especialmente para cada producto.
Actualmente, producen 600 piezas al mes, desde envases estándar hasta soluciones personalizadas con impresión 3D para industrias como la cosmética, que demanda piezas livianas, estéticas y biodegradables. Por ejemplo, un envase cosmético puede requerir entre 100 y 300 gramos de residuo, mientras que estructuras para botellas de vino llegan a utilizar hasta tres kilos.
A diferencia de otros materiales sintéticos, los embalajes de micelio de Fungipor no contienen químicos ni procesos industriales contaminantes. Son ignífugos, resistentes al agua y a los golpes, y al finalizar su vida útil, pueden volver a la tierra: solo necesitan humedad para descomponerse naturalmente.

Aunque el sistema de producción todavía es semiartesanal, la meta es ambiciosa: escalar hasta 12.000 unidades mensuales mediante maquinaria que permita automatizar etapas clave y reducir costos. “Nos espera un gran desafío de inversión para hacer crecer el proyecto”, explicó la bióloga, que hoy lidera un equipo de cinco personas entre laboratorio, diseño y producción.
Más que sustentables: regenerativos
Fungipor no solo propone una solución a la contaminación por envases, sino también un nuevo paradigma de diseño: productos que regeneran el suelo, reducen residuos y fomentan un modelo productivo de bajo impacto. El emprendimiento ya trabaja con marcas que buscan mejorar su huella ambiental sin resignar funcionalidad ni calidad.
Desde Cerrillos, a solo 16 kilómetros de Salta capital, y con raíces profundas en la micología, este proyecto demuestra que es posible repensar los materiales desde una lógica viva, local y circular.